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Bailando en la cubierta del Titanic

Marcos Peña, recibió dos encuestas sobre lo que podría pasar en el día de hoy en la provincia de Río Negro

Bailando en la cubierta del Titanic
Por Redacción Voces Críticas
domingo 07 de abril de 2019

ARGENTINA,. El viernes por la tarde, el jefe de Gabinete, Marcos Peña, recibió dos encuestas sobre lo que podría pasar en el día de hoy en la provincia de Río Negro. Esos estudios tenían buenas y malas noticias. Contra lo que parecía hace unas semanas, cuando la Corte prohibió la rereelección del gobernador Alberto Weretilneck, el kirchnerismo no ganaría en Río Negro. La candidata oficialista lograría aventajar en, al menos, diez puntos a Martín Soria, del Frente para la Victoria. Esa era la buena noticia. La mala es que, en la misma provincia, la imagen del presidente Mauricio Macri ha caído a niveles ínfimos: 13% positiva, 75% negativa. Así las cosas, la confirmación de que no existe una ola K convive con la certidumbre de que, con esos números, es casi imposible que Macri reelija.

Ese sabor agridulce —si es que esta vez las encuestas de la Casa Rosada son precisas— es una continuidad de algo que ya ocurrió y un anticipo de lo que está por ocurrir. Eso mismo que anticipan las encuestas en Río Negro ya sucedió en Neuquén —no hubo ola K, pero la opción M se hundió en un irrelevante tercer lugar. Algo parecido se repitió en las PASO de San Juan: triunfó un candidato peronista que postula una tercera vía entre Macri y Cristina. Y sucederá en la inmensa mayoría de las provincias de aquí a octubre.

En casi todas ellas, Cristina Kirchner aceptó que su gente se integre a las listas que encabezan candidatos no kirchneristas o directamente retiró a sus candidatos, como sucedió en Córdoba. De haber tenido la posibilidad, hubiera empujado a personas leales, pero no hay ola cristinista. En términos electorales, el kirchnerismo tiene hoy un solo activo: ella misma. Al mismo tiempo, en la mayoría de los distritos, con las dos excepciones de Mendoza y Jujuy, que desdoblaron para evitarlo, Cambiemos se hunde en la intrascendencia y el rechazo social. En una abrumadora mayoría de los casos, la tercera vía, sea del color que sea —peronista, provincial, radical— domina el territorio nacional.

Sin embargo, esa corriente tienes serias dificultades para instalarse en las presidenciales. Eso sucede, en parte, porque la polarización, la grieta, está cristalizada desde hace años y no parece ceder fácilmente. Pero, además, sus principales referentes, Roberto Lavagna y Sergio Massa, están haciendo lo imposible para que eso no cambie: esta semana, por ejemplo, se pusieron al borde de la ruptura. Las razones para que eso ocurra son tan menores que revelan una evidente incapacidad política. Cada sector tiene sus argumentos, pero la suma de ellos no debería producir una crisis, salvo que se le sume una dosis importante de impericia política.

Massa tiene razón cuando sostiene que la estrategia de Lavagna es caprichosa a niveles ofensivos. Lavagna intenta ser candidato de un espacio que existía antes de su llegada y que, al mismo tiempo, todos se sometan a sus deseos. En esa estrategia, hay algo exótico: para ser presidente Raúl Alfonsín debió ganar una interna muy dura, y Carlos Menem, otra. Hasta Mauricio Macri se presentó a las PASO en 2015. ¿Cuál sería la razón en el mundo por la cual Lavagna sería bendecido sin someterse a ese proceso? Tal vez exista la ilusión de que la sola insinuación de su candidatura provocaría un aluvión de votos hacia ella. Pero no parece estar ocurriendo. En ese contexto, Lavagna tiene una chance de construir algo sólido, pero eso requiere de un armado artesanal, paciente e inteligente. Esta semana pareció hacer lo contrario cuando dijo que él y Massa están en caminos distintos.

Lavagna, por su parte, tiene razón cuando sostiene que el espacio llamado Alternativa Federal era apenas un sello testimonial hasta que él llegó y le arrimó sus votos, alrededor de un 10% del electorado que no confía en Massa. En ese contexto, Lavagna esperaba que Massa se pusiera a colaborar con él y pospusiera sus ambiciones por cuatro años. Pero resulta que en las encuestas no está claro quién de los dos ganaría una primaria. Y entonces Massa no se baja.

Lo cierto es que Lavagna sin Massa no tiene chances, al menos hasta lo que puede verse, y lo mismo ocurre al revés. Ese dato de la realidad permite imaginar que, al final, encontrarán la manera: juntos podrían armar una primarias en las que reciban muchos votos y de la cual surja un candidato con alguna chance de ingresar al ballotage. Encima, en la mayoría de las provincias, los gobernadores están esperando que se constituya una tercera opción que saque al país de la trampa en la que está encerrado, en momentos muy difíciles. Pero la racionalidad y el talento no siempre es lo que prima entre los seres humanos, y allí andan Massa y Lavagna, peleando en público como principiantes.

Esos problemitas en el tercer sector dejan al país en manos de los dos referentes de la grieta. Si no hay un cambio vertiginoso de último momento —que uno de ellos se retire, que surja con fuerza una tercera opción—, el próximo 10 de diciembre reasumirá el poder Mauricio Macri o lo hará Cristina Kirchner. Esa noche, cerca de la mitad de los argentinos sentirá una gran tensión, como si su futuro estuviera en riesgo: será el inicio de un nuevo ciclo gobernado por alguien a quien consideran un enemigo.

Macri y Kirchner cosechan, desde hace bastante tiempo, mucho más rechazo que aprobación en la sociedad, no se hablan entre sí, han conducido gobiernos durante los cuales el país empeoró en casi todos sus indicadores, representan los dos polos de una grieta que ha dañado mucho a la sociedad, obturan el surgimiento de nuevos dirigentes con una mirada más fresca, tienen dificultades serias para explicar el origen de sus fortunas familiares. Sus recetas económicas se han demostrado fallidas. Una llevó la inflación de 0 a 25. El otro, de 25 a 50. ¿A cuánto la llevará la nueva versión del uno o de la otra?

 

La situación sería muy distinta si el 10 de diciembre asumiera cualquier otro de los presidenciables: María Eugenia Vidal, Axel Kicillof, Horacio Rodríguez Larreta, Agustín Rossi, Felipe Solá, Sergio Massa, Juan Manuel Urtubey, Roberto Lavagna o el que fuera. En un caso, sería la repetición de algo conocido y rechazado por una mayoría que, en la mejor de las alternativas, habrá decidido elegirlo como el mal menor. En el otro, la aparición de una novedad, de una expectativa, de una nueva posibilidad, que no registra los problemas de los anteriores. Sin embargo, Cristina está decidida a jugar y Macri, también. Eso, más los problemas infantiles que existen en la llamada tercera vía, dejará al país en una situación aún más incierta que la actual.

En los dimes y diretes de Macri, Cristina, Lavagna y Massa se conjuga cierta dificultad para percibir el peligrosísimo momento que atraviesa el país con una autopercepción realmente muy halagadora de sí mismos. Pero, en todo caso, si ellos son las opciones más salientes, está claro que el sistema democrático atraviesa un momento difícil para promover liderazgos alternativos: no es solo un problema de los candidatos. Cerca de Macri hay montones de dirigentes que consideran que, dados los resultados económicos, no sería inteligente para él competir por la reelección. Pero nadie se atreve a decirlo en voz alta. Cerca de Cristina sucede lo mismo; muchos de los que la apoyan en público observan con muchísima preocupación la posibilidad de su regreso. Pero callan. Algo parecido a eso ocurría con la Alianza a fines de los noventa. Eran muchísimos los dirigentes que no creían que Fernando de la Rúa pudiera gobernar el país. Lo conocían demasiado. Pero medía. Y cuando alguien mide en las encuestas, el resto de los políticos se disciplina.

El dólar cerró a 45 pesos el viernes. La recaudación, como sucede cada vez que un gobierno pone en marcha un plan de ajuste, cayó violentamente: o sea que el déficit no se achicó como se esperaba. La inflación de marzo volvió a superar el 3,5 por ciento. Los vencimientos de deuda para el año que viene son gigantescos. El Fondo Monetario le exige a la Argentina condiciones que no han tenido éxito en ninguna parte. La pobreza y la desocupación han subido significativamente. No está claro si el tipo de cambio no producirá problemas graves de aquí a las elecciones. Cada semana, hay un día en que el abismo parece demasiado cerca.

Entre las complicaciones de la realidad y los actores que están más cerca de ocupar un rol protagónico para resolverlas, no sería raro que la Argentina esté por ingresar en otro de esos períodos tan intensos e inolvidables.

Por Ernesto Tenembaum para Infobae

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